Ya estaba así cuando lo
encontré. Con restos amarillos en su piel y líneas torcidas sobre
su faz. Borrosas letras aún podían distinguirse entre las arrugas
de sus pliegues. Tan sólo papeles que arrastraba el viento. Ajados y
marchitos. Un resto más entre el acre que inundaba las aceras bajo
las desnudas ramas de los árboles. No pude entender nada de lo que
decía. Yo sólo era un niño y aquellas palabras no más que manchas
negras en páginas cosidas. Trazos borrosos sobre papel rugoso. Lo
guardé. Entonces no supe porqué lo hacía. No fue más que un
acto reflejo. En un descuido de mamá pasó de estar en el suelo a
estar escondido entre mi ropa. ¿Fue así o no es más que un juego
de mi memoria? No lo sé. Así es como puedo recordarlo en estos
momentos. Había olvidado, pero, ahora que vuelvo a tenerlo entre mis
inseguras manos, ante mi vista ya cansada, los sueños de toda una
vida han vuelto a anidar en mi cabeza. Antes no podía entenderlo.
Ahora me cuesta verlo. Pero ha pasado demasiado tiempo. Si aún sigue
ahí, es que puede que me haya estado esperando, es que quizás tenga
que leerlo. Y no puedo ni quiero dejarlo para otro momento. Ha
llegado la hora. Antes de que mi reloj se pare del todo, antes de que
mis párpados se cierren y los sueños y la realidad por fin se
mezclen en esa vorágine tan esperada.
Me tiembla el pulso al
volver a abrirlo, al intentar otra vez descifrar sus misterios.
" ¿Sabes? Tendría que
haber guardado silencio. Sabía que, con mis palabras, todo aquel
sueño se desmoronaría, caería sobre mí como un castillo de naipes
a las orillas del mar. Y, sin embargo, tuve que abrir la boca. A
pesar de todo, tuve que contarlo. Cuando me di cuenta, ya era
demasiado tarde, por más que busqué, no pude volver a encontrarla.
Me pregunto si tú habrías sabido guardar un secreto tan
fascinante. "
¿De
qué secreto hablaba? No tenía ni idea. ¿Lo sabría su
destinatario? ¿Habría llegado a leer estas líneas o habían volado
a la deriva hasta llegar a mis manos? ¿Tenía yo que llegar a
leerlas o tan sólo era una interferencia entre los renglones
torcidos del azar?
" Si.
Seguro que sí. Nunca dudé de ti y no voy a empezar ahora. Pero yo
no pude. No. Yo fui débil. Y mi debilidad hizo que desapareciera
todo aquello con lo que había soñado. ¿Fue sólo un sueño que se
tornó pesadilla o aquellas horas que pasé contigo fueron realmente
auténticas? Fuiste mi refugio, mi sueño, mi pasión, mi tortura, mi
delirio. Lo fuiste todo y fuiste nada. Y ahora, ¿Qué más da? Te
has ido...Ya no estás. Ya no estarás nunca más. Y yo sólo puedo
preguntarme si acaso fuiste real "
Se
llamaba Sarah y le gustaba salir a dar paseos por el bosque. Por la
noche. A hurtadillas. Cuando la ciudad dormía, ululaban los búhos y
la luna miraba burlona a la ciudad desde su balcón de plata. Le
gustaba sentir el aire fresco rozarle la cara, dejar que su pelo se
enredara entre las ramas con el viento, apreciar el crujir de sus
zapatos sobre la árida arena , esquivar en su camino las malas
hierbas, notar el ondear de la falda sobre sus desnudas piernas,
sentarse con un libro bajo un árbol.
Se
llamaba Sarah y nunca imaginó siquiera que aquello podría pasarle.
Incluso cuando no se sabe lo que se busca, se puede encontrar lo que
se ha perdido, lo que queda, lo que quizás nunca llegue.
Se
llamaba Sarah. Lo sé porque muchas noches soñé con ella. Fue parte
de mi obsesión durante el día y de mi deseo por las noches. Fue mi
otra mitad, pero la naranja se volvió amarga cuando terminé por comprender que tenía que olvidarla.
“ Cómo también me
cuestiono si aquella extraña puerta estuvo allí alguna vez o sólo
la soñé. No sé quién la puso en mi camino. No entiendo porqué
tuve que empujarla. Ni siquiera tendría que haber pasado. Ni
siquiera tendría que haberme fijado. ¡Diantres! Sabes que no lo
habría hecho de haberlo sabido! ¡Maldiciones en las que no debería
ni pensar si quiera! Sabes que nunca la habría atravesado de haber
advertido que lo tendría todo para perderlo luego. Y, si no lo
sabes, yo sí. Sin embargo, y a pesar de todo, valió la pena.
Cambiaría un minuto más contigo por otros cien años más de
desesperación y olvido. Aunque no fueras más que un espejismo”
Encontró
la puerta. La misma que, un día, se topó de bruces conmigo.
¿Había estado ahí siempre? Una puerta de madera...Tendría que
haberla visto. ¿Cómo es que nunca me había fijado en ella?
Su color verde no era demasiado llamativo, pero no se confundía con
la espesura de árboles y plantas que ocupaban el bosque. No. Tendría
que haberla visto. Y, sin embargo, allí estaba, como si hubiera
aparecido de repente, como si la nada la hubiera transportado hasta
el lugar exacto en el que me encontraba. Mi mente me discutía tal
posibilidad en cada segundo que iba pasando. No era la primera vez
que cabeza y corazón andaban enfrentados. Mientras uno me incitaba a
seguir hacia delante, el otro me rogaba que volviera por dónde había
venido. Pero decidí tomar la pastilla azul. Decidí seguir hacia
delante. Aproximarme hacia ella poco a poco. Con pasos
vacilantes. Pensando con cada uno en darme la vuelta y correr sin
mirar atrás. No lo hice. Seguí avanzando. Un pie tras otro,
hasta llegar a casi tocarla. Dudé una vez más antes de acercar la mano a la rugosa madera. La empujé sin ganas, sin fuerzas apenas y
no conseguí que se me moviera un ápice. Me lo esperaba, ni
siquiera lo había intentado realmente. Pensé en llamar. Quizás
alguien custodiara aquel pequeño rincón del mundo. Puede que
apareciese de repente _El genio de la puerta_ para concederme todos mis deseos. Se me escapó la risa. ¡Menudas tonterías me daba por pensar!
Y...De encontrarme con un genio...¿qué era aquello que deseaba
tanto como para elegirlo entre cualquier otra cosa? Ni siquiera lo
sabía. Tampoco me importaba. Nunca había creído en cuentos de
hadas. Y, sin embargo, al tocar aquella puerta percibí una
sensación muy extraña. Como una descarga eléctrica, pero, tan
suave, que podría competir con la pluma de un ganso. La puerta no se
abrió, pero, cuando miré a mi alrededor, todo había cambiado.
¿Dónde estaba? Había pasado por allí cientos de veces y esta vez Morfeo me trasportó a aquel oasis de ejemplar belleza. Las dunas cubrían la
mayor parte del espacio y, bajo ellas, las palmeras caían sobre
balsas de agua cristalina. En la distancia, pude distinguir su silueta y enseguida supe que era ella. Antes de que se detuviera frente a mí y pudiera perderme en el interior de esas perlas negras que su cara alumbraban. A escasos centímetros de mi cuerpo, pocos eran los pasos que nos separaban.
Allí parada, frente a mí, pude escuchar su respiración agitada, leer la confusión en sus ojos y el deseo en sus labios. Permaneció inmóvil cuando acerqué mi mano a su rostro y le rocé las mejillas con apenas la yema de los dedos. Se le escapó media sonrisa cuando acorté aún más la distancia que nos separaba y ella terminó de arrimar nuestros cuerpos en un solo movimiento que quizás yo ni siquiera esperaba. Pero allí estábamos, mirándonos a los ojos, bebiendo el mismo aire, compartiendo nuestro propio silencio. Si. Allí estábamos, frente a frente. Retándonos con la mirada, susurrándonos promesas sin decir nada, firmando un pacto con tinta húmeda cuando nuestras bocas se fundieron.
“No sabía lo que estaba haciendo. Tan sólo me dejé llevar por los latidos de mi cuerpo. Únicamente acaté los impulsos que me convertían en esclava de mis actos y dueña de mis pecados"
¡Cómo olvidar aquel beso! Su respiración entrecortada, unida a la mía en un baile frenético, su lengua inundando mi boca, y sus labios asiendo con ansia los míos. ¡Cómo pude hacerlo! El primero de cientos. El primero de miles. Fue borrado de mi memoria y ahora lo recuerdo cómo si aún la tuviera en frente. Acariciando sus curvas, saboreando su cuerpo. Cerré los ojos y me dejé llevar por el camino del exceso. Enfrentados en un mismo juego, capitaneados por dos siluetas febriles que se dejan caer al suelo. Músculos que se funden y despegan, manos que buscan, encuentran, invaden, pasean. Labios que se juntan y separan. Dientes que suavemente capturan un minúsculo trozo de carne. Fronteras eliminadas despojarse de esa segunda piel que siempre sobraba. La observé, sobre mí, al hacerme suyo, rodeando con sus piernas mi cintura, arqueando la espalda en el vaivén de sus caderas, alojándome en su interior, húmedo y caliente. Al paraíso se puede llegar en un solo segundo cuando los minutos saben sucederse en un orden frenético que inunda los sentidos. Sus mejillas se sonrojaron, mi piel se perló de sudor, los jadeos encerraron susurros y los gemidos anunciaron la cúspide del placer que alcanzamos una vez detrás de otra, permitiéntodole al corazón que en cada latido explote y bombardee nuestros cuerpos derretidos con mil descargas eléctricas.
Allí parada, frente a mí, pude escuchar su respiración agitada, leer la confusión en sus ojos y el deseo en sus labios. Permaneció inmóvil cuando acerqué mi mano a su rostro y le rocé las mejillas con apenas la yema de los dedos. Se le escapó media sonrisa cuando acorté aún más la distancia que nos separaba y ella terminó de arrimar nuestros cuerpos en un solo movimiento que quizás yo ni siquiera esperaba. Pero allí estábamos, mirándonos a los ojos, bebiendo el mismo aire, compartiendo nuestro propio silencio. Si. Allí estábamos, frente a frente. Retándonos con la mirada, susurrándonos promesas sin decir nada, firmando un pacto con tinta húmeda cuando nuestras bocas se fundieron.
“No sabía lo que estaba haciendo. Tan sólo me dejé llevar por los latidos de mi cuerpo. Únicamente acaté los impulsos que me convertían en esclava de mis actos y dueña de mis pecados"
¡Cómo olvidar aquel beso! Su respiración entrecortada, unida a la mía en un baile frenético, su lengua inundando mi boca, y sus labios asiendo con ansia los míos. ¡Cómo pude hacerlo! El primero de cientos. El primero de miles. Fue borrado de mi memoria y ahora lo recuerdo cómo si aún la tuviera en frente. Acariciando sus curvas, saboreando su cuerpo. Cerré los ojos y me dejé llevar por el camino del exceso. Enfrentados en un mismo juego, capitaneados por dos siluetas febriles que se dejan caer al suelo. Músculos que se funden y despegan, manos que buscan, encuentran, invaden, pasean. Labios que se juntan y separan. Dientes que suavemente capturan un minúsculo trozo de carne. Fronteras eliminadas despojarse de esa segunda piel que siempre sobraba. La observé, sobre mí, al hacerme suyo, rodeando con sus piernas mi cintura, arqueando la espalda en el vaivén de sus caderas, alojándome en su interior, húmedo y caliente. Al paraíso se puede llegar en un solo segundo cuando los minutos saben sucederse en un orden frenético que inunda los sentidos. Sus mejillas se sonrojaron, mi piel se perló de sudor, los jadeos encerraron susurros y los gemidos anunciaron la cúspide del placer que alcanzamos una vez detrás de otra, permitiéntodole al corazón que en cada latido explote y bombardee nuestros cuerpos derretidos con mil descargas eléctricas.
" Y yo...Confieso que he cometido todos los pecados que me han sido permitidos
Perseguí tu sombra hasta los límites de la pasión a la que la lujuria nos encadena
Fui soberbia al querer disputar nuestro amor en una pelea de gallos
Avariciosa por sentir celos del viento, pues ni él soportaba que fuera dueño de tus roces
Y conocí la envidia al pensar en todos esos labios que llegarán tras de mí una vez te fuiste
Me embarga la pereza al pensar que ya no volveré a verte por más que te busque, que ya no estás a mi lado, que te has alejado de mí "
Fue la primera, mas no la única. Cada noche teníamos una cita tras esa puerta mágica del bosque, al igual que cada amanecer teníamos que separarnos, antes de que el sol llegara para anunciar un nuevo día. Me gustaba mirarla, junto a mí, desnuda sobre mi pecho, medio dormida, aceptando la huella que la calma deja una vez que la tempestad ha cambiado de paradero. Recuerdo aquel día, abrazados bajo un sauce que había dado cobijo a nuestro desvelo, cómo me quedé mirándola sin remedio, cómo no podía apartar mis ojos de ella y, cómo, tras un rato en silencio, me preguntó: "¿Qué?". " ¿Te he dicho alguna vez que te quiero? " dije sin siquiera pensarlo. "No", contestó ella con los ojos brillantes y media sonrisa. "Pues ya lo sabes. Te quiero". "¿Todavía? " " Para siempre"
" En un suspiro te capturo y entre tus ojos me pierdo. En un susurro te atrapo y con tus besos derrites mi hielo. Con un gemido te libero y despierta sueño. Con un grito ahogado culmino y entre tus brazos duermo. Cada vez que despertaba a tu lado, contemplaba extasiada tu reflejo"
No sólo fueron palabras, pero se las llevó el viento. Nunca era un hasta luego, pero llegó el día en que se volvió eterno. " Te echaré de menos ", decía siempre antes de irse, antes de desaparecer y volver a dejarme solo entre aquellas cuatro paredes.
" " Te veré mañana " me respondías siempre al marcharme. Mañana. Y, al día siguiente, siempre estabas. Pero, un día no hubo más mañanas. No pude encontrar la puerta. Y tú...Tú tampoco estabas. Te fuiste sin decir palabra. ¿Desapareciste sin más?. Sin dejar rastro ni pista alguna que me llevara hacia ti. Y yo vagué sin rumbo entre los árboles, buscándote, desesperada, sola; aferrada a aquel pañuelo azul que me regalaste y en el que yo bordé letras blancas con tu promesa. " Te veré mañana ". Lo dijiste el último día que pasamos juntos... ¿Ya no lo recuerdas?... El último día…y, desde entonces, he esperado ese mañana que nunca ha llegado. Y ahora...mi tiempo y mi paciencia han alcanzado su límite. Ya no me queda nada, sólo tu recuerdo y el anhelo de volver a encontrarte tan solo una noche más entre mis sábanas. Mi tiempo ha terminado, y aunque esta carta nunca llegue a ti, aunque nunca llegues a saber el dolor que me abrasa desde que te perdí, necesitaba sacarlo de dentro de mí, necesitaba decirlo aunque sólo fuera a un viejo papel que vagará sin rumbo entre aquello que una vez fue nuestro refugio. Tú...siempre tendrás un hueco entre mis lágrimas. Yo siempre… Te echaré de menos "
Así fue, Sarah siempre lo echó de menos mientras vivió, aunque aquel siempre no duró demasiado. Esa fue la última despedida que le dirigió. El último y más sincero "_Te echaré de menos_", aquel que nunca obtuvo respuesta. Mucho esperó Sarah aquel “_Te veré mañana_” que jamás llegó. Desesperada, buscó aquella puerta que ya no estaba, suplicó por aquellos besos que no volverían, llamó entre desgarradores sollozos a la persona que le prometió en vano que volverían a encontrarse...
Pero Él ya no estaba, se había ido, arrebatándole así incluso el lugar mágico, íntimo y secreto donde habían compartido aquellos húmedos y cálidos besos, aquellas caricias ardientes que bien parecían grabadas a fuego sobre su piel cuando cerraba los ojos. Pero, al abrirlos, no quedaba nada. Aquella nada que parecía burlarse de ella gritándole a la cara que todo no fue más que un sueño, que el contacto con aquella piel no había sido más que pura fantasía. Igual que le repetía todo aquel a quien preguntaba sobre la puerta, la puerta que, noche tras noche la había llevado junto a él, la puerta que nadie más parecía haber visto que todos decían que ella misma había imaginado. Pero no, no podía ser, ella tenía el pañuelo, lo tenía en su mano, podía sentirlo, tocarlo, grabar tras sus párpados su intenso color azul y aquel bordado que le prometía su regreso. Pero Él, solo regresaba cuando ella cerraba los ojos y se perdía en su recuerdo. Cuando cerraba los ojos, Él estaba allí. por eso, Sarah decidió que jamás volvería a abrirlos, si ara verle debía cerrar los ojos nunca más los abriría.
La última vez que lo hizpo fue para buscar una rama, una rama robusta que caía desde lo alto de un sauce, señalando hacia donde antes estaba la puerta, como una señal. Sarah trepó hasta aquella rama, se cercioró de que no se doblaba bajo su peso y, con la fuerza que le daban el dolor y la impotencia, amarró de ella el extremo de una cuerda. Con el otro, rodeó su cuello.
Antes de saltar desde la rama, Sarah aferró en la mano izquierda el pañuelo con la promesa de volver a encontrarse con Él. Aquel pañuelo fue lo último que sus ojos abiertos contemplaron. Con los ojos cerrados, Sarah aun pudo sentir el frenético movimiento de sus piernas que intentaban tocar el suelo para hacerle recuperar el aliento, sus manos se movieron involuntariamente hacia su cuello intentando zafarla del áspero lazo que le daba muerte. En esta lucha de su cuerpo contra sus deseos soltó inevitablemente el pañuelo y, al sentirlo desprenderse de sus dedos no hizo más que dedicarle su último pensamiento:”Te echaré de menos”
Él terminó de leer aquellas palabras. Tiró los papeles al suelo, y salió de casa lo más rápido que le permitieron sus cansadas piernas. "Todo fue real", pensaba mientras se dirigía sin resuello hasta aquel viejo tocón de sauce. Caminó durante horas hasta llegar sin aliento hasta dónde antes había estado la puerta que un día destrozó sin ningún motivo. Se sentó sobre el tronco cortado, con la boca seca, el corazón ¡desbocado y una solitaria lágrima rodó por sus mejillas. " ¡Sarah! ", gritó completamente angustiado. " ¡Sarah!". Su voz sonaba ronca y gastada. Sabía que llegaba demasiado tarde, pero no por ello dejó de intentarlo hasta que sus cuerdas vocales decidieron dejar de responder. " Sarah...". Ya sólo quedaba un leve murmullo. Una palabra sin sonido. Un recuerdo sin sentido. Ya no le quedaba nada. Solo la culpa, que oprimía su pecho, al comprender que aquel vacío que acompañaba a sus recuerdos, aquella decisión tomada, se había basado en conjuras falsas. Volvió a sentarse sobre los restos de aquel sauce con la cabeza entre las manos, atormentado por esas voces que siempre se lo habían negado, esas voces que lo habían confundido haciendo lo real ficticio. Cayó de rodillas al suelo, prisionero de la angustia, con el corazón en la boca y la respiración entrecortada. Cerró los ojos y rezó a un Dios en el que ya no se permitía creer. Cuando volvió a abrirlos, la encontró a su lado, una tela manchada descansaba junto a Él, una tela azul que reconoció en el acto. La cogió entre sus temblorosas manos y, con voz convulsa leyó en un susurro aquellas letras bordadas: "Te veré mañana".
Se levantó del suelo, con rabia, con un ímpetu que hacía años no sentía, cómo si aquella tela le hubiera hecho volver a encender una llama apagada. Se dio la vuelta. Caminó hasta casa con aquella promesa que no había sido capaz de cumplir repitiéndose en su cabeza. El camino fue agotador, aquellas palabras que salían de sus labios caían sobre Él con un peso que jamás habían tenido pero que, en aquel preciso momento, eran lo único que le importaba. Las pronunciaba una y otra vez, con tanta fluidez y en un susurro tan débil que casi sonaban como una fúnebre cancioncilla. Al llegar a casa, se desplomó sobre su cama vacía. Su cuerpo cayó con pesadez en aquel frío colchón y, esperando no volver a abrirlos, con el pañuelo entre sus manos, cerró los ojos pensando en Sarah.
A la mañana siguiente, olvidó despertar.
Kayla Morrison, 22/Abril/2013- Día del Ciao Café
>> _Dedicada a mi Glordi: Sólo por ser tú. Por estar siempre ahí, cuando lo necesito y cuando no, por quererme igual aunque tenga la regla y sea una perra, por darle forma a este sinsentido conmigo cuando ni siquiera yo sabía que podía llegar a tener tanto y por darle un pescozón a mis musas cuando deciden desaparecer: Gracias! Sin, ti, este texto no habría sido posible <<
ay q me como yo a mi Kayla muchísimas gracias! al final no ha podido quedar mas guapo. Que sea el primero de muchos proyectos juntas. Te quiero. Se que lo sabes (y sabes que lo sé muak)!!
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