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lunes, 30 de julio de 2012

...CARPE NOCTEM....


La verdad es que somos tan humanos...Constantemente pensamos que la vida se va a aferrar a nuestro camino, va a coger nuestra mano, y nos va a acompañar de forma continua y gratuita a lo largo de cada viaje, de cada ensoñación, de cada nueva palabra.
Continuamente, hacemos planes de futuro, lejano o próximo, planeamos como vamos a vivir mañana, pensamos en meses venideros, hacemos propósitos de enmienda, no paramos de llenar nuestra agenda con cosas que hacer mañana, pasado, dentro de un mes o el siguiente año. Guardamos nuestras mejores galas para momentos especiales, reservamos nuestras sonrisas para ocasiones mágicas, y no nos damos cuenta de que el tiempo pasa más rápido de lo que esperamos, que puede que las líneas del destino se encuentren escritas, aunque podamos torcer sus renglones o escribir sobre él con típex imaginario.
Sin embargo, es el tiempo la única cadena que no podemos romper. Llena de impasibles eslabones que no nos permiten dar marcha atrás ni avanzar con la premura que nos gustaría. El futuro siempre incierto, y el destino convertido en ocasiones en un juez inflexible que cambia nuestro rumbo desterrándonos a otro mundo. Mantenemos un objeto que nos recuerda lo que fuimos y en la otra esquina de la balanza, un espejo nos muestra lo que hoy en día somos.

Pero, perdonar mi descortesía, creo que aún no me he presentado. Mi nombre es Silvia, y hace 777 días, 7 horas, y 7 minutos....8....9....todo cambió. Ahora, voy a contaros mi historia.


Sucedió una tarde de otoño, cuando me dirigía con paso firme hacia mi café favorito. Casi siempre estaba vacío, a pesar de servir un café exquisito. Disfrutaba de degustarlo sentada en mi rincón, indiferente al resto del mundo, con mi sempiterno cigarrillo en la mano y mi gastado libro apoyado sobre la mesa.



Pero aquel día, sería diferente, había llegado el momento de despedirme de todos. Empezando por ti. Tu que conseguías nublar mi mente con solo un recuerdo. Intenté olvidarte entre páginas gastadas, mas no pude hacerlo. Con cada palabra que se deslizaba del papel a mi mente, aparecías de nuevo susurrando aquellas viejas palabras,  cantando aquella vieja canción. Sentí las manos temblorosas al sacar el móvil del bolsillo de mi viejo abrigo. Me costó terminar de marcar tu número. Colgué tres veces antes de que diera señal. Finalmente, reuní las fuerzas necesarias para poder escucharte de nuevo. Y aguanté estoicamente cada una de esas señales que hicieron eterna la espera. Pero al fin contestaste. Estabas dormido. Pero accediste a encontrarte conmigo. No necesité decirte donde podías encontrarme, como siempre sabías donde hacerlo.
Me dirigí a aquel hotel donde siempre dimos rienda suelta a la pasión. Solo sexo. Sabía que era a lo más que podía aspirar contigo. Hacía tiempo que había decidido dejarlo todo, a ti incluido. Pero aquella noche, sería la última, nuestra despedida, y necesitaba ese tipo de adiós, un último beso del infierno que me dejaría un sabor agridulce en los labios, pero un beso al fin y al cabo. Cuando llegué a la entrada, el señor de la recepción volvió a estudiarme de arriba abajo con aquella sonrisa torcida. Pedí la misma habitación de siempre, dejé entornada la puerta y te esperé tendida sobre la cama.


Entraste a los pocos minutos, te detuviste en la entrada, observaste el ceñido vestido que antes hubiera escondido bajo mi abrigo raído. No mediamos palabras, tan solo miradas. Jugaste con tus manos sobre mi escasa indumentaria, me despojaste de ella con tanta habilidad como recordaba. Se deslizaron sobre mi cintura, sobre mi piel desnuda. Me dejaste jugar contigo. Por primera vez, aceptaste mis reglas. Apuramos la noche hasta acabar extenuados sobre gastadas sábanas.

Antes de que terminara de caer la luna, te eché de mi lado. Te deslicé tu ropa y pronuncié las primeras palabras de toda aquella locura: "Necesito estar sola". No dijiste nada más. Te vestiste y desapareciste con la misma soltura con la que habías llegado.


Una vez que pude abrazarme de nuevo a mi soledad, observé los restos de aquel naufragio. Y, con los ojos llenos de lágrimas y una pluma entre mis dedos, escribí lo que debería haber sido mi testamento:

" Sobre esta cama yace inerte y sin vida, aquella que se cansó de esperar a la vida, de ser la sombra de sí misma. Cansada de esperar día tras día la muerte, y ver como ella se burla de mi. Cansada de ser un anónimo en una historia que yo no escribí, pero que me tocó vivir. Rota en un espacio de tiempo inerte, doy por finalizado mi capitulo ".

Escritas estas líneas, saqué del bolsillo del abrigo aquel bote de pastillas. Y las fui ingeriendo una a una entre sorbos de ron. Las fui tomando mientras mi vista se iba nublando, mis párpados se apagaban, mi corazón se ralentizaba. 

Toda mi vida pasó por delante mía. A cámara lenta pude ver a mis padres, hermanos, amigos, amantes. Y al final del túnel, una luz que me llamaba, ante la cual no pódía resistirme.
Una luz que, al despertar, seguía estando allí, un enorme foco martilleaba mis sienes. ¿Aquello era el cielo? ¿El infierno? No...Estaba en un hospital psiaquiátrico...los oí hablar, dijeron que había tenido suerte, que había burlado a la muerte, mientras que yo no podía dejar de sentir que había sido aquel ángel caprichoso el que había vuelto a burlarse de mi.


Ya lo ven....La verdad es que somos tan humanos...Vulnerables ante la vida nos dejamos arrastrar por ella. Y en su flujo nos encontramos con dolor, amor, tristeza, felicidad, sexo, paranoias, celos, infidelidad...¿realmente debemos alegrarnos por el simple hecho de estar vivos? Quizás solo tengamos que saber exprimir lo que cada uno de esos momentos nos ofrece, y seguir para delante, al menos en esta vida...Quién sabe si habrá otra oportunidad, o que nos deparará la próxima.

Kayla  Morrison  - 02/07/2009 -

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